viernes, 4 de septiembre de 2009

Renacimiento Epistolar.

Hay algo en la palabra escrita que no sólo captura la imaginación sino que también el corazón y, a veces, hasta enciende la pasión.

Aunque muchas veces despreciado y vilipendiado, acusado de infectar de impersonalidad las relaciones humanas, el internet ha sabido sin duda alguna resucitar las relaciones epistolares, la amistad epistolar y, también, el amor epistolar.

Pero las relaciones epistolares datan de siempre y siempre han sido la mejor parte de la vida de quienes tuvieron la suerte de tenerlas.

Gabriel García Márquez dibuja, en El Amor en los Tiempos del Cólera, uno de los ejemplos que más me inspiran. Fermina Daza y Florentino Ariza se enamoraron. No hubo una caricia, ni siquiera un beso, hubo cartas; las cartas eran todo para ellos y, al final, fueron el vehículo perfecto para encaminar la realización de su amor.

Hay otros epistolarios famosos en la vida real, como los 40 años de relación epistolar entre la actriz Stella Campbell y el dramaturgo Bernard Shaw, pero yo me quedo con la historia de los grandes poetas ingleses Elizabeth Barrett y Robert Browning. Entre los dos se estableció una relación epistolar de sólo dos años pero que, según lo que alguna vez se escribió, "ocasionó uno de los epistolarios más celebrados de la historia de la literatura". Esta historia me fascina porque ella estaba muy enferma, postrada en una silla de ruedas, pero luego de dos años de escribirse con Browning se casaron en secreto y huyeron a Italia donde ella se recuperó lo suficiente como para vivir todavía 15 años más e incluso tener un hijo a los dos años de su matrimonio.

No todos tenemos la grandeza de un Browning, un Shaw o un García Márquez; pero aún así yo creo que las cartas, o ahora los eMails, nos abren un universo de posibilidades para expresar amor, amistad, solidaridad y todo el amplio espectro de los sentimientos humanos. Y a veces, cuando la vida nos niega otras alternativas, se constituyen en el mejor, si no el único, medio de tocar el corazón de otras personas y dejar que éstas toquen el nuestro.

Nunca tocaré su piel,
nunca podré estar donde esté.
Cuando el amor es ciego,
el corazón no miente a unos ojos que no ven.
Para qué quiero más...
[Tam Tam Go!]