Pensé que ya no volvería a escribir aquí. La motivación que me impulsó a iniciar este blog desapareció de mi vida, de improviso y por sorpresa, seguramente para siempre. Ni siquiera tenía el ánimo para escribirle algo aquí pero, en esta última semana, algo pasó que me dejó conmovido asustado y preocupado y pensé... ¿Por qué no desahogarme aquí? Sabiendo que tal vez nadie me lea, sabiendo que tal vez me lea sólo gente desconocida, pero seguro de que pase lo que pase ponerlo por escrito será como una terapia.
Ayer fue el día de la Inmaculada Concepción. Además de la festividad religiosa esta fecha es, para un pequeño grupo humano, el día de nuestro colegio, el día del reencuentro, el día del almuerzo de ex-alumnos. Todos los años, la mayoría de nosotros, nos juntamos en el colegio para escuchar la misa, cantar el himno del colegio, asistir al almuerzo de reencuentro y embriagarnos con amigos a los que, a veces, sólo vemos una vez al año y, a veces, no veíamos en diez o veinte años. Claro que las celebraciones en nuestra juventud eran bastante más desenfrenadas que ahora, cuando los años y el deterioro físico nos obliga a ser más cuidadosos con nosotros mismos, pero siempre es una ocasión festiva que yo atesoro. Una fecha en el calendario en la cual, primero mis amigas y enamoradas y ahora mi esposa e hijos, tuvieron que aceptar que no contarían conmigo para nada. Una vez al año.
Pero ayer fue una ocasión muy especial, porque algunos de nosotros escuchamos la misa en el colegio y de ahí nos fuimos al entierro (cremación) de uno de los nuestros, otros no escuchamos la misa en el colegio sino en el velatorio; algunos volvimos al colegio y al almuerzo, otros no. Pero para los que estuvimos reunidos el ambiente no podía ser festivo ya que, mientras nosotros estábamos almorzando, uno de nosotros se había ausentado para siempre.
No es el primer compañero que perdemos, accidentes de tránsito o de trabajo se llevaron a los primeros de nosotros, el cáncer la diabetes el colesterol y las enfermedades del corazón se llevaron a algunos más; pero este último domingo en la madrugada, uno de nosotros murió mientras dormía víctima de un sorpresivo e impredecible edema cerebral. No tenía el colesterol alto como muchos de nosotros, no tenía un triple by-pass en el corazón como otros, no sufría de asma ni diabetes ni hipertensión ni ninguna enfermedad conocida, no bebía en exceso ni fumaba en absoluto. Era un hombre sano y un deportista activo, un empresario exitoso que siempre estaba en pos de ampliar sus conocimientos acerca del mundo y que había logrado balancear el tiempo que dedicaba a los negocios, a sus amigos y a su familia al extremo de ser un ejemplo sanamente envidiado por casi todos sus amigos.
Y un día, de pronto, se fue. Leer, el domingo por la noche, el correo que su viuda envió a toda la lista de amigos esa madrugada notificándonos lo sucedido y transparentando su estado de ánimo; sin saber qué ni cómo hacer, sabiendo sólo que viajaba a la provincia donde él murió solo, en su cuarto de hotel, sin saber ni cuándo ni cómo traería su cuerpo a Lima... me dejó literalmente frío. Si él se nos fue así ¿Que nos espera a nosotros?
El golpe me sacó del limbo espiritual en que me encontraba desde hace varias semanas, de pronto me dí cuenta que tengo obligaciones, gente que depende de mí y que, al menos por otros siete años más, tengo que estar vivo y productivo. Y me dí cuenta que no hay nada que yo pueda hacer para lograrlo. Que por más que haga planes, tome precauciones y evite los riesgos, hay alguien allá arriba con el dedo en el botón que, en cualquier momento y sólo porque sí, puede apagarme la vida por sorpresa y para siempre. Por sorpresa y para siempre parece ser el modo en que ocurren siempre las cosas que nos hacen más daño.
Amigo mío, descansa en paz. Realmente espero que, allá donde estás ahora, estén todas las respuestas. Acá es inútil buscarlas, acá no están.